Noche en Miraflores


Felipe Toro
En las noches de insomnio en el Palacio de Miraflores, un hombre, vaga solo por los salones donde se decidió el rumbo del país ; vaga, bajo la mirada perpetua de los próceres que cuelgan de las paredes que lo rodean.

Mientras tanto, afuera, las empresas descansan, están abandonadas, en muchas de ellas están izadas las banderas de otras naciones, parte del territorio pasó a ser propiedad de ellas. Tener empleo se convirtió en el privilegio de unos pocos, la miseria se apoderó de cada ciudad, de cada pueblo, de cada casa, de cada familia. Nuestro entorno dejó de importarnos, ni por nosotros mismos nos preocupamos. Es como si ahora se viviera por inercia y no como si uno quisiera vivir.

Venezuela se hundió en falsas promesas, el dinero de cada individuo terminó en los bolsillos de los poderosos, estos cada vez se volvieron mas ricos, mientras que el resto, poco a poco, entregó, sin darse cuenta, todo lo que tenía. Ya nada le pertenecía a nadie. Dejamos de pensar como individuos, comenzamos a pensar como muchedumbre.

En cada casa, radios, televisores y algún periódico, que llega a las puertas de cada hogar, dicen lo mismo; el país que muestran es totalmente distinto al verdadero. Los medios lograron su objetivo, hacer que se perdiera la noción de la realidad. No existe libertad de ningún tipo, todo lo controlan.

Mientras las horas pasaban, las sombras en los pasillos del palacio eran mas grandes. El hombre que vagaba vio todo este futuro que se describió, no pudo ocultar su sonrisa. Al seguir vagando encontró de frente el cuadro de aquel de quien tanto se llenó la boca, de aquel que tenía como proyecto una patria libre y soberana.

Esos ojos que lo miraban, esos cuadros que lo seguían, le recordaron, que se había convertido en aquello que tanto rechazó, se había convertido en algo peor que lo que en algún momento prometió cambiar. Prometió ser soberano, pero vendía cada día al país; prometió eliminar la pobreza, pero cada día la promovía mas; prometió hacer de Venezuela una potencia, pero la llevaba al atraso.

El hombre no soportó esas miradas que lo culpaban, esas que lo hacían ver como un monstruo. Su única opción fue cambiarle el rostro a aquel que lo acusaba, para tener así unos ojos que lo complacieran.

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