Relato de una obra trágica






















Vanessa Cirkovic.





‘’¡Asesinos!’’ era lo que se escuchaba sin cesar, junto a las detonaciones que simulaban ser una pista de aquella canción. Sin detenerse, una tras otra. Se veían personas llorando, rezando, algunas huyendo y otras enfrentándose ante aquellas bestias verdes. Todo ese escenario con su respectivo humo, como cualquier obra teatral. Ese humo que le da un efecto especial a la escenografía. Pero algo extraño había. Esta era una obra trágica muy distinta a Hamlet o a cualquier otra reconocida. No había música de fondo, ni micrófonos, ni luces apuntando. En esta ocasión la puesta en escena era muy singular y misteriosa. En vez de haber música, había un silencio abismal, un silencio que solo se podía sentir en el alma. La música era protagonizada por gritos y sollozos, que eran tantos que ni hacían falta micrófonos. La decoración tenía un acabado de colores grises y un rojo sanguinario, además de un tricolor que resaltaba en cada esquina del escenario.

La obra se desenvolvía todos los días de la misma forma. Siempre con el mismo elenco. Solo que con algo muy peculiar: El escenario, a pesar de ser el mismo, se dividía en dos partes. Por un lado, se veía una masa de personas vestidas con un tricolor que enfurecidas luchaban contra unas bestias repulsivas de atuendo verde. Mientras que por otro se veía un grupo de personas llegando a una hermosa playa soleada. Todo al mismo tiempo. Era muy extraño, pero así era. En el primer lado se sentía la esperanza que impulsaba a todas esas personas llenas de dolor, cansancio y mucho miedo también. En sus ojos se reflejaba un espíritu de lucha inefable, una sed de libertad indescriptible. Del otro lado no se sentía mucho… Intentaba conseguir algún sentimiento profundo, pero nada. Se respiraba un aire de indiferencia. No había mucho que decir.

Aquella masa que se podía observar llegaba al escenario, gritaba y caminaba. Reclamaban por comida, por agua, por seguridad. Con el cielo despejado y sin llanto. Al menos no externo, porque el interno era incesable. Sí había terror, pero todavía la calma hallaba lugar ahí. Esto hasta que sorpresivamente hacían presencia una clase de monstruos, que no solo llegaban por los costados, sino por delante y a veces por atrás. De un segundo a otro el cielo dejaba de verse y comenzaba a contemplarse una enorme nube de humo que ocasionaba un ardor en los ojos y en la garganta. La escasa paz que quedaba se la llevaban los fuertes sonidos de las detonaciones, los impactos de balas, perdigones y objetos peligrosos. Pero, ¿Qué pasó? Me preguntaba reiteradamente. ¡Qué obra tan extraña! ¿Cómo es que un ambiente tan pacífico de la nada es corrompido por tanta maldad? Pero así seguía siendo.

Cuando pensé que no podía ponerse más trágico comencé a notar que aquellas bestias verdosas ya no solo estaban apuntando a los actores que desenvolvían aquella obra, sino a su público. Oí un disparo y al agacharme noté un cuerpo frente a mí con los ojos perdidos, todo pálido y perdido. A los minutos había muerto. Fue ahí cuando salí huyendo de aquella sala infernal pensando que afuera estaría resguardada. Pero no, para mi desagradable sorpresa afuera me estaban esperando una fila interminable de tanquetas y ballenas, un montón de locales con sus vidrios rotos, basura quemándose cada 10 metros y gente que gritaba y lloraba mientras huían. ¿A dónde? No lo sé. No había escapatoria de aquella obra cruel. Comencé a comprender que todos formábamos parte de ella, que aquellos personajes no eran actores con múltiples vidas y órganos de goma. Eran personas, siendo ellas mismas. Sin ningún guion que seguir, ni libreto que ensayar.



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