¿Cuánto hay pa´ eso?


Nicolas La Russa
06/02/17


Durante cuatro días, las calles de toda Rumania fueron tomadas por los ciudadanos para exigir que se diera marcha atrás al decreto que buscaba despenalizar ciertos casos de corrupción. Las últimas manifestaciones de semejante magnitud tuvieron lugar en 1989 con la caída de un régimen comunista.


El Partido Socialdemócrata, que en estos momentos es gobierno, ha recibido duras críticas por parte de los ciudadanos, la oposición y los organismos judiciales rumanos.


La medida constaba de la exoneración de cargos a aquellos que hubieran causado un perjuicio inferior a los 44.000 euros. Dicha medida no venía sustentada por una mayor lógica que la simplificación en la búsqueda de grandes corruptos; sin embargo, de haberse aprobado esa medida uno de los principales dirigentes del PSD hubiera salido ileso de un cargo por abuso de poder y corrupción, Liviu Dragnea no pudo postularse a la presidencia por la existencia de estos cargos.
La aprobación de dicho decreto supondría un claro retroceso en uno de los aspectos de los que más cojea Rumania. Desde las épocas del régimen comunista, se institucionalizó la corrupción y cualquier trámite venía acompañado de una buena “tajada” para así agilizarlo entre las largas listas que provocaba la burocracia en cualquiera que fuese la diligencia por realizar. Dos tercios de sus casi 20 millones de habitantes afirma haber cometido actos de corrupción a lo largo de su vida.
Por fortuna para el pueblo republicano de Rumania, la Comisión Europea mantiene observación en las decisiones próximas del país. Bruselas, en lo particular, expresó sus dudas sobre este decreto.

Ahora traslademos lo que pasó en Rumania a lo que pudiera llegar a pasar en Venezuela dentro de unos años. Dos países que han conocido a la corrupción de primera mano, dos países en los cuales sus políticos siempre han querido trucar a toda costa el sistema para así no perder una. Esto por muy abstracto que se vea termina afectando al ciudadano.

¿Cómo me afecta a mí lo que alguien le paga o no a otra persona? Fácil, esa persona no hará su trabajo (por el cual ya le pagan) si no se le remunera de forma externa con precios que triplican el valor original del trámite. De esta manera la corrupción se extiende en cada escalafón burocrático del sistema por la sencilla razón de que cada funcionario público sentirá la necesidad de ser igual a los demás, teniendo en cuenta de que es injusto de que una persona gane más por sobornos que por su propio sueldo.

La cultura clientelar y la corrupción son patologías que normalmente se encuentran al simultáneo en los Estados. El gobierno busca atender a muchos pero eso es muy difícil por lo cual las propias leyes humanas prevalecen y surge la pregunta “¿Qué tienes para convencerme de que es mejor darte a ti que al otro?” y lógicamente la respuesta sincera no será la más convincente para dicho sujeto que ansía riquezas y poder, como cualquier otro ser humano. Pensemos en el caso Odebrecht y su calada a nivel regional, como que es un caso que no solamente está vinculado a una postura política específica.

Nuestra sociedad está muy acostumbrada a estas formas “fáciles” y efectivas para conseguir las cosas rápido, como cuando usamos claves en un videojuego. Venezuela se podrá llamar nación de nuevo el día en que sus ciudadanos sepan que solo con el esfuerzo de sus manos y el respeto a las leyes, conjunto a las instituciones, podrán vivir como siempre han creído que deben vivir.

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