Ventanas a nuestra realidad.
26/02/17
Una adolescente que es asesinada por sus compañeras, un exconvicto designado como presidente del Tribunal Supremo de Justicia, un esquiador que representa la capacidad de improvisación de nuestra república bananera. Todos estos acontecimientos pueden hacer dudar a cualquier ciudadano medianamente cuerdo sobre la realidad en la que habita. Una realidad tan deformada que nos ha hecho perder la noción de normalidad.
Hace una semana era tendencia en las redes
sociales la imagen de como en un hospital se estaba inyectando Kolita a un
paciente ya que el respectivo insumo para ese procedimiento brillaba por su
ausencia en el recinto médico. Quizás esto tenga un lado positivo, hemos podido
ver como otra vez los profesionales de la salud no conciben las limitaciones
prácticas del contexto en el que trabajan.
En un geriátrico ubicado en la avenida
Nevería en Colinas de Bello Monte, un paciente psiquiátrico en un episodio
golpeo a su vecino de cuarto hasta que este último falleció. En el anuncio del
periódico se podía ver la imagen del homicida, un hombre de aproximadamente 50
años, en cuclillas mirando a la nada. En este caso hay más de una víctima, hay
por lo menos dos. El fallecido y el agresor que lo fue por no haber tenido su
respectiva medicación. La mayor carga de responsabilidad cae en el gobierno;
sin embargo, la institución no logra salir ilesa de esta aberración. Las
condiciones son paupérrimas pero con empeño y orden cualquier adversidad puede
mejorar considerablemente. Quizás que controles apliquen para poder tratar a
los huéspedes.
La tragedia griega que supone la inalcanzable
y extenuante búsqueda de medicamentos en Venezuela ha sido una de las pruebas
más rudas a las que nos hemos tenido que someter. Es terrorífico buscar
medicinas para el área cardiaca, psiquiátrica, oncológica y pare usted de
contarlas. Antes de entrar a cualquier farmacia para preguntar por un
medicamento ya sabemos cuál será la respuesta: No nos ha llegado. (Si es que se
atreven a mediar palabras contigo, hay casos donde todo se resume a un simple
gesto con la cabeza).
Desde hace un tiempo se han conocido varios
casos de mujeres venezolanas que deben hacer el trabajo más antiguo del mundo
en Cúcuta por las serias dificultades que supone vivir en Venezuela con un
sueldo mínimo. Se sabe de casos que les mienten a la familia y con el dinero
costean tratamientos médicos e inclusive la educación de sus hijos. Son
reconocidas por su pronunciación, aunque algunas admiten tener problemas con
las trabajadoras autóctonas de la región al ser las primeras de las más
agraciadas en el negocio.
Quizás estos sean historias y datos lanzados
a la nada pero tristemente tienen una conexión que deriva en las precarias
condiciones de vida en las que estamos viviendo, muy irreales pero muy dañinas
para una generación que se está gestando. También resulta una seria dificultad para poder organizarnos como ciudadanos, tener tantos frentes abiertos y contemplar nuestra diminutez ante la inacción provoca que veamos al país como un cuarto del terror, que el último apague la luz es una premisa muy repetida y lastimosamente no hay indicios de que esté errada.
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