Jugando a matar
27/03/2017
Felipe Toro
Calles
desoladas, locales cerrados, el suelo levantado en ciertas zonas. Solo se
escuchaba el ruido tenue de los faroles de luz. Reinaba el silencio. Muchos de
ellos titilaban o no funcionaban, las calles estaban en penumbras. Cerca de
ahí, del único lugar que tiene vida, salen dos hombres despreocupados a fumar.
Conversaban y se divertían, pero sin darse cuenta, un bolso que llevaba uno de
ellos, fue arrebatado en un instante. Corrieron ambos hombres tras los dos
ladrones hasta una esquina, al doblar, diez niños con armas blancas recibieron
a los dos hombres. Los diez infantes se abalanzaron sobre los dos hombres como
pirañas, puñaleando eufórica y repetidas veces a sus presas, animados por una
pequeña niña de 15 años. Uno de los hombres murió al instante, mientras que el
segundo, luego de que los niños terminaran con su pequeño juego, dio unos pasos
antes de caer al suelo y morir. El silencio reinó nuevamente.
El Sol ya
comenzaba a reflejar la sangre del suelo, y el Ávila fue el único testigo de
como unos niños se convirtieron en monstruos.
Comienza el día
en la ciudad de Caracas. Los locales abren, las personas comienzan su rutina.
Sabana Grande lucía tranquila, nadie imaginaba lo que había ocurrido. El único
signo de violencia eran unos pequeños manchones de sangre. Ya los cuerpos se
encontraban amontonados junto a muchos otros en La Morgue de Bello Monte. Se
convirtieron en una estadística más.
Este hecho hizo
que emergiera ante nosotros una realidad que nos golpea, que nos conmueve y nos
preocupa. Este hecho nos enfrenta con una realidad que obliga a muchos niños a
buscar sus primeros dulces en la basura, obliga a muchas niñas a usar su primer
maquillaje para prostituirse, a que el primer juguete de un niño sea un arma;
que su primera mesada la reciba vendiendo droga, que su mayor distracción sea
consumirla, y a que su mayor sueño y admiración sea ser el líder de una banda
criminal, o peor aún, que la única salida que consigan sea el suicidio.
El Estado con su
modelo, sustituyó la cama de estos niños por el suelo, el techo de sus hogares
por el cielo, y sus sabanas por trozos de cartón. La inocencia de estos niños,
y de otros en la misma situación, se perdió y no es recuperable. La degradación
de estos miembros de la sociedad, es la degradación de la generación de relevo.
En 1998 un
candidato y presidente de Venezuela hasta 2013, prometió en sus comienzos
quitarse el nombre si algún niño seguía en la calle. Ese hombre murió y en tu
tumba sigue diciendo Hugo Rafael Chávez Frías.
Los días
trascurren, los crímenes siguen aumentando, y cada noche, niños se convierten
en monstruos. Estos cachorros rondan las calles de la capital y reposan bajo el
manto de su madre, la mujer acostada del valle de Caracas, El Ávila, que es su única
testigo.
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