Un hacinamiento persecutorio

— ¿Ahí está el “Don”?
— ¿Con quién desea hablar?— Respondí con la frialdad rutinaria que
acompaña cualquier interacción que esté relacionada con un desconocido en una
situación… extraña.
—Estamos llamando de parte del
Colectivo…— No dejé finalizar tal oración. Con tan solo haber escuchado diez
palabras sabía cuál podría ser el desenlace de tal conversación.
Decidí, muy paranóicamente, desconectar la línea de teléfono de mi casa; en
el reino del caos es común tomar medidas extremas, blanco incandescente o negro
abismal, los puntos medios son un lujo para la razón. La emoción nos nubla para
bien o para mal. Gozo con una ventaja que me permitió, y aun me permite,
prescindir del teléfono de mi casa; el celular se ha convertido en el medio más
confiable para poder comunicarme.
Hemos aprendido a vivir con limitantes que logramos cubrir muy paupérrimamente
con herramientas que en un país civilizado sirven para optimizar y facilitar la
vida de los ciudadanos. La tecnología es la prisión del siglo XXI; adicciones a
los teléfonos, a las computadoras y a cualquier otra forma de interactuar con
la realidad. Irónicamente, la tecnología ha resultado ser la llave de la celda
de la realidad venezolana actual; de ninguna forma afirmo que esta sea una
salida totalmente verídica, tarde o temprano los individuos se dan cuenta de
que su existencia se logra materializar a través de una pantalla, un software y
un código binario.
Las comunidades que se han logrado formar a raíz de la intensificación del
uso de las diferentes redes sociales gozan de unas estructuras muy intrincadas,
donde el efecto dominó y el anonimato y su posibilidad de mostrarse al mundo
tal cual uno quiere y no tal cual uno es, hace de estas relaciones muy
confusas. Por desgracia la delincuencia en Venezuela ha llegado a conocer como
calar dentro de estas redes y dentro de los escapes del ciudadano. Esto parece
ser un juego de Pac-Man, donde a veces fungimos como fantasmas y otras veces
como las frutas que envalentonan a los Pac-Man a que sigan devorando, en este
caso el juego tiene impunidad y las reglas no son justas.
Las persecuciones políticas nos hacen objeto de un escáner diario que
quiere ver en las caras de los inocentes las caras de los culpables. Cualquier
cadena de teléfono no responde a los simples rumores que son fáciles de desmentir,
ahora juegan con emotividades e impulsan a los usuarios más empáticos a
comprometer sus números telefónicos. A donde vamos, nos siguen.
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