De la llamada "indiferencia"
Fernando Mires, en un artículo del año pasado,
argumentó que la palabra populismo debería
ser eliminada de nuestro vocabulario por la manera en la que inapropiadamente nos
valemos de ella para clasificar todo lo que no nos gusta. Carlos Raúl Hernández
se refiere al hilo constitucional
como “el nuevo traje de baño de moda”. Así, hay muchos ejemplos de muchas
palabras que trivializamos en nuestro hablar diario, especialmente a nivel
político, que volvemos una muletilla más.
La indiferencia.
Es el término de mayor eco en los espacios estudiantiles en este frágil período.
Me atrevería a decir que el objetivo principal de hacerse de él es propiciar en
el público una actitud diferente, que
en silogismos sencillos pareciera que es el término contrario.
La premisa incorrecta en esta paradoja es el
asumir que la indiferencia va de ser igual
a los demás. Según la RAE la indiferencia es un: “estado de ánimo en que no se
siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio
determinado”, se trata de sentir.
Así se hace más evidente la razón del fracaso
de las campañas anti indiferencia. Yo creo que en vez de imponernos la pregunta
de “¿somos indiferente a la crisis de Venezuela?”, sería más lógico preguntarnos
si acaso es posible que alguien de este lado del muro pueda no sentir
nada ante una crisis de esta magnitud. Porque, ¿no suelen decir esas mismas
campañas que “el país nos afecta a todos”?
Entonces, aquellos que no creyeran en la neurolingüística
como si tratase de una religión, me podrían acusar de ser una purista de la
lengua. Me podrían decir que me pierdo del punto. Que con eso de indiferencia ellos se refieren a que la
gente actúa igual que siempre, como si no le doliera la situación, como si
hubiera que conformarnos con esta rutina.
A ellos yo les plantearía la siguiente parábola:
Un grupo de malandros llega al poder uniendo fuerzas con el pueblo a través de una campaña que consiste en acusar a un
sector de la población de una cosa u de otra basados en la apariencia, y
consiguen que la gente se les sume a la campaña para no ser señalados ellos.
Las personas que han sido injustamente llamadas de esa cosa u otra, se cansan un
buen día e intentan unir fuerzas con la gente para tumbar a los anteriores a través de una
campaña que consiste en acusar a un sector de la población de otra cosa
distinta, basados en un supuesto, y consiguen que se les sumen otros para no ser juzgados ante aquel furioso tribunal. Y el punto
es llamar a ser “diferente”, por un país “diferente”.
Podemos ser diferentes, claro que sí. Porque a las buenas intenciones de nuestro estudiantado, nunca se le compararían tanto odio, miseria y esclavitud de los resentidos
sociales que han sido causa de nuestra crisis.
Solo hay que tener en cuenta una reflexión, que
es la misma que hizo cambiar en mi propia boca el discurso de la indiferencia por el texto que hoy
lee. Donde hay tinieblas, la diferencia es la luz. Donde hay odio, es amor.
Donde hay guerra, es paz. Donde hay deshumanización, la empatía. Donde hay
apatía, la simpatía.
Hay debates que en mi mente siguen en pie, y de
ello lo que escribo a continuación tal vez sea el mensaje más controversial.
Pero en tiempos de ignorancia y llanto, hoy prefiero no subestimar la educación
y la risa.
La palabra indiferencia ya da asco.
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