La noche que El Paraíso se convirtió en un infierno
Tras muchas semanas convulsas
en distintas zonas del país, la ficción ha quedado en un segundo plano, pues la
realidad se ha convertido en una película de terrorífica acción, pues la
adrenalina que se siente al ver una secuencia de acción en una película no se
compara a la ola de terror paralizante que te invade al verte rodeado de
heridos, de gas y de sangre.
En una realidad que se asemeja más a un film de Zack
Snyder que a un día “cotidiano”, se ha visto un cambio de 180° en la vida del
venezolano, vecinos y familiares se llenan la boca con historias épicas en
tareas del día a día, sobran las anécdotas, la creatividad está a la orden del
día; pero se ha perdido la capacidad de sorprenderse.
La juventud del país ha sido la que más ha cambiado en
este proceso, incontables infancias arrebatas, aún más adolescencias distópicas
y veinteañeros sin ninguna opción de poder abandonar la casa de sus padres; esa
era la juventud venezolana hasta hace dos meses, ahora las caras largas han
dado paso a caras agotadas, cansadas de la lucha, absortas en los pensamientos,
pero a la vez llenas de esperanza; esperanza de comprarse unos juguetes, de
invitar a la pareja a un almuerzo, de salir al parque y hasta de comprar la
botella de ron.
Una de las zonas que se ha convertido en zona de guerra
estos últimos días ha sido El Paraíso, donde amigos compiten para ver quien ha
sido víctima de mayor represión, las heridas de batalla cada vez se hacen más
común y el aroma a gas lacrimógeno es el perfume de la mayoría.
Si alguien hubiese presagiado
a comienzos de años que en la mitad de las casas habría un escudo con las
palabras “libertad”, que todas las casas tendrían bicarbonato a la mano, que
las salidas con los amigos serían en la Francisco Fajardo todos uniformados con
cascos y guantes o que todas las instituciones entrarían en un paro de facto, cualquiera pensaría que
estaban hablando de un país en guerra ¿y no es así?
El pasado lunes, El Paraíso fue víctima de una de las
noches más oscuras en lo que va de año, solo comparable quizás con la noche del
19 de abril o con la famosa “noche de las luces de Miraflores”, dentro de la
parroquia se han mantenido focos constantes de lucha, las gigantes
urbanizaciones Terrazas del Paraíso y
Paraíso Plaza han mantenido una alianza contra los represores en las cercanías
la Multiplaza y en Las Fuentes el puente 9 de Diciembre es sin lugar a dudas
una zona de guerra pero este lunes todo El Paraíso despertó.
Lo que parecía ser una noche como cualquier otra, con el
olor a lacrimógenas a la distancia y el sonido de las detonaciones a una
distancia prudente, se tornó repentinamente en una noche color humo, de la
Madariaga hasta La India en toda la avenida Páez se veían columnas de humo
blanco y picante subiendo al cielo, abajo los hombres cuya divisa es su honor,
aliados con el coco de todos los venezolanos, aquellos grupos que la gente no
termina de comprender si son hampas, guerrilla, mercenarios o militantes
políticos, creo que son una mezcla de todos.
Pronto toda la gente que estaba en la calle busco refugio
en el edificio más cercano, mi cuarto se tornó en un campo de refugiados de lo
más variado, compartí habitación con una entrañable pareja de portugueses, dos
árabes de lo más distintos, uno queriendo quedarse hasta el amanecer y otro al
que la nicotina lo llamaba desesperadamente a salir, mi familia, mis dos perros
y curiosamente tres morrocoyes.
Esta escena se repetía en distintos lugares de la avenida,
los gritos de ayuda se escuchaban cerca y lejos, se oían detonaciones, al cabo
de un rato era imposible distinguir entre las bombas, perdigones, metras o
balas, muchos valientes se lanzaron a proteger sus casas y los peatones que
quedaron perdidos entre las nubes tóxicas, desde mi impotencia me tocó la labor
de verlos desde arriba mientras atendía a mi campo personal de refugiados y me
comunicaba, mediante luces y gritos, con el resto de la disipada resistencia.
Con las redes prácticamente caídas, no hubo manera de
saber de los estragos de la noche hasta la mañana siguiente, tras darle una
vuelta a la zona protegido por la luz del día el caos era notable, basura y
escombros quemados se apilaban en todas las esquinas, del portón de la calle
Valparaíso solo quedaba un manojo de metal, vi muchos heridos, varios de ellos
presumiendo sus heridas, de buena fuente escuché que esa noche un joven de la
cota 905 perdió la vida y aquí sigo esperando la noticia sobre su
fallecimiento.
Tras esa noche muchas de las comunidades se han
organizado, abastecido y preparado, esperando la inevitable secuela de esta
caótica y épica película que parece salida de la imaginación de Michael Bay.
Ahora solo queda la tensa calma, la misma que se siente
antes de una tormenta o de un huracán, queda solo esperar, contando los días
para otra noche que pase a los libros de historia.
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