Nuevas reglas.
Vanessa Cirkovic
Nuevas reglas
Comenzó a sonar el teléfono de la
casa y me llegaron alrededor de 100 mensajes al celular. Al atender escuché una
voz que escasas veces me llamaba. Al comenzar a hablar no entendía lo que
decía. Aquella voz estaba sucumbida en llanto y nervios, así que traté de poner
más atención y comencé a unir esas palabras entrecortadas por la tristeza. A
los segundos ya había entendido, solo que no quería aceptarlo, o tal vez mi
mente no lograba asimilarlo. Intentaba crear un mensaje distinto con aquellas
palabras que formaban una frase desgarradora, pero no lo logré. ‘’Se lo
llevaron detenido hoy al mediodía’’, era lo que esa voz me decía. No me lo creía.
Cuando te dicen una noticia así no logras digerirlo, la realidad se transforma
en una clase de ilusión. Por ende, comienzas a abrir tus redes, enciendes el
televisor con la esperanza de ver algo. Resulta que todos hablan de eso. Así
que buscas el teléfono nuevamente y decides marcar un número más familiar, buscando
de alguna forma desmentir aquella noticia que se ha llevado tu aliento. Solo
con atender y escuchar ese silencio que se ahoga en sollozos te es suficiente.
No necesitas escuchar más.
Pasaron varios días antes de
saber su ubicación real. No solo se llevan un cuerpo como si fuese cualquier
objeto, sino que además lo desaparecen. Comienzan a hacer una simulación de
juego con pistas, solo que esta vez el creador del juego imparte nuevas reglas.
En esta partida todas las pistas serán falsas. Te harán creer una realidad que
no existe para que tengas que volver al inicio reiteradas veces. Es injusto y
comienzas a reclamar cada vez que sucede. Pero, ¿Cómo dejas de jugar? Las
circunstancias no ponen en juego un par de billetes, sino la vida de un hijo,
de un hermano. Por ende, aceptas las reglas y sigues lanzando los dados.
Luego terminas enterándote de que
estuviste buscando en el tablero equivocado, resulta que durante varios días se
lo llevaron a otro en donde el líder era aún más estricto. Lo transformaban en
un peón más del juego. El dueño de las fichas era malvado. Las trataba como sus
prisioneros, porque para él eso eran. Les rapaba el cabello, les cambiaba el
atuendo vistiéndolos de un mismo color, les prohibía diversas cosas y las
encerraba en una sala mugrienta. Su vista comenzaba a perder profundidad y
ahora lo máximo que veían era alrededor de 2x3 metros cuadrados oscuros, con
paredes viejas y desgastadas. Lo único que pueden oler, además del repulsivo
aroma que desprenden sus cuerpos, es el de los demás. Luego de unos días
comienzan a perder la noción del tiempo, ¿Cómo saben si es de día o de noche?
Ni siquiera una ventana les dan. Pasan de dormir en su cuarto cómodamente a
hacerlo en un suelo infectado de mil cosas. Ahora es él quien impondrá un
horario en tu vida, pues hasta eso logra quitarte. Te ponen un día a la semana
para ver a tus familiares y tú simplemente debes aceptarlo. No vas a dejar de
ver a un hijo o a un hermano.
En un tiempo ya no solo es
prisionero quien está dentro de aquella celda, sino todos sus allegados. No
solo le arrebatan el sueño a quien detienen, sino a una madre y un padre
desconsolado, un hermano que no halla la forma de entender aquél suceso. Pasas
la noche pensando en cómo estará, en qué pensará. Y luego te detienes y tratas
de entender a quienes se lo llevaron. ¿Acaso no sienten? ¿Qué piensan al
llevarse esas miradas llenas de ilusión y fuerza? ¿Se sentirán victoriosos? ¿De
qué? Ese acto tan injusto y criminal se vuelve una costumbre para ellos. ¿Será
eso? No creo que haya algo más peligroso que la costumbre. No solo comenzarán a
sentir ese acto atroz como una necesidad, sino que además dejarán de sentir.
¿De sentir? Sí. Se harán sordos ante los lamentos y los gritos a su alrededor
que solo suplican la libertad de aquél joven. Se harán ciegos ante las lágrimas
derramadas por aquella joven que solo reclamaba por sus derechos. Se olvidarán
de que ese cuerpo que ahora se llevan secuestrado en una moto no es un peón más
de su triste y solitario juego, sino una persona con sentimientos y sueños. Sin
embargo, no es un juego que puedan ganar. Pueden llevarse muchos cuerpos junto
a las lágrimas, los días, el desconsuelo inevitable, el sueño, el apetito e
incluso la alegría, pero jamás podrán llevarse la fuerza, la ilusión, los ideales,
la esperanza o la convicción que identifica cada cabeza y que tanto les aterra.
¿Por qué? Porque saben que efectivamente es esa la jugada que nunca dejará que
ganen la partida.
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